23 de octubre de 2010

Decisiones

Hoy mientras me bañaba por la mañana, no sé porque pensé en el número ocho (8), de seguro algo tonto me lo recordó. Pensé cuándo fue la última vez que utilicé éste número como respuesta a una pregunta muy simple: ¿Cuál es tu número favorito?. No lo recordé. Me entristecí un poco y busqué una explicación veraz a tal desfachatez de la vida. 


Pensé en dos teorías:
Teoría 1.  De repente las cosas de la vida se me amontonaron.Todo llegó tan a  prisa que no tuve espacio ni tiempo para acomodarlas. Estuve tan embriagada de la novedad e improvisación, que las antiguas cosas se fueron quedando ahí nada más, en el rezago. Creo que no les di la importancia que tienen.

Teoría 2.  Me he desvanecido en la sociedad y probablemente he perdido parte de mi identidad. Estoy fastidiada de toda la contaminación social, que mis metas, mis anhelos y decisiones, se mueven constantemente de lugar en el ranking de mi existencia. Ya no sé lo que quiero, o cuándo; lo que me conviene y lo que no. He creado quizá un subconsciente que trabaja a conveniencia, y al parecer resulta un desastre para éste tipo de preguntas tontas. Le he quitado la bonita sencillez.


Lo curioso de ésto fue que, para cuando terminaba de conjeturar toda posible conspiración mental, me di cuenta que tampoco recordaba mi comida favorita y que aquél color hacía bastante tiempo que no lo utilizaba. No entendí porqué un día dejé de escuchar a David* cantando Tornazul y ya no podía decir que tenía en mi poder, el mejor pantalón de mezclilla de todo el mundo. 


Creo que he evolucionado, así como Kafka lo describe, pero no tan cucarachamente, no. Y a lo mejor no debería pensar en banalidades, ¿Pero qué será de ellas, aquél día que nadie las piense?


Mi mamá dice que estoy un poco loca, pero eso lo analizaré en la siguiente noche de insomnio. Ésta ha llegado a su fin.

*David Aguilar